26.12.06

Edgar Morisoli

TIERRA QUE SÉ / 4

Entendámonos, Hablo
de una tierra entre todos (de una tierra
como muchas, lo sé; como ninguna
para el verde relámpago del corazón). Sus vientos esteparios,
los roncos bramaderos donde pare la luna,
-ese oscuro gemido que atropella la noche
bajo un cielo sajado con pedernal de lágrimas-,
es un resuello astral: un dios que bate y bate sus alas andrajosas, sus raídos
guardamontes de arena,
desde la madrugada sin orillas del tiempo.

Porque este es el país que nadie nombra, el viejo
pedral, la patria guacha que olvidó la república.
Raigosa de retamos. Alta de golondrinas.
Arrojada a durar entre sus pencas,
labio de toda sed, cristo de toda sed cuya corona
trenzan los chupasangres polvorientos,
aquí todo comienza.
(Aquí, dolor, tendido
sobre la trumagosa soledad de tus llanos,
cuando la flor del pecho -su perfume, su más dulce
cogollo-, se apachangan bajo el solazo de las travesías.

Aquí, verdor, donde te vuelves lástima.

Aquí, por fin, amor, en los umbrales
cetrinos del Oeste, junto a la soñolienta memoria de las viñas,
y un universo nace, nuestro y mío,
tuyo y de nadie, prójimo y secreto,
porque no hay contraseña ni hoguera para el pródigo.)

Sus vientos; sus arenas... Y su gente, este hombre
que entrecierra los ojos para mirar más lejos,
y todo el horizonte le acaudilla la sangre,
le enarbola el pañuelo,
le sobreviene entero desde la frente al alma.
¿Qué guarda su silencio? ¿Qué busca su guitarra
sobre el parche tundido del malar, o en el ancho
resplandor de la Costa?
-Yo pienso en lo que piensa. Yo colijo que el tiempo
le crece ciego y mineral, terroso,
sobre su corazón y su entrecejo:
unas veces dormido, polvo y tiento en las chíhuas;
otras azul, gozoso de vida en los chulengos,
ya puro lucerío del amor y olvidado
de sus nocturnos huesos;
pero de cuando en cuando germinal, oscurísimo
de limos fermentarios, torrencialmente nuestro
-tiempo de soledad, tiempo de América-
por la cresta del aire porfiado y montonero
de un polen principal que sólo cuaja
cuando de flor en flor lo siembra el pueblo.

De flor en flor. De sangre en sangre, tierra,
duro rezago de sedienta luna,
yo pienso en lo que callas, en lo que vas penando,
en el agua barrosa que enciende tu cintura
de áspera miel y súbitas calandrias; en tu noche
resera; en tu pobreza
de quinchos me despeño, y cuanto más te pienso muerdo el canto
como quien tasca el fierro de la pena!
-Yo pienso en lo que sueñas. Yo saludo
tu tremendo, tu altivo país de espuela y páramo,
y esa luz livianita, serena, de las islas,
cuando el hombre la bebe como un silencio largo.


Edgar Morisoli (1930) es poeta, escritor y ensayista. Aunque nacido en Santa Fe, reside Santa Rosa, La Pampa, siendo pampeano por adopción. Fue miembro fundador de la Asociación de Escritores Pampeanos. En 1997 recibió el Premio Testimonio otorgado por el Gobierno de la Pampa; en ese mismo año el Premio Reconocimiento a los Creadores (Buenos Aires), y en el 2004 el Tercer Premio Nacional de Poesía. Muchas de sus poesías han sido musicalizadas. Su libro de ensayos: "Fábula del tiburón y las sardinas. El ALCA y la cultura", plantea ya desde su título la temática que desarrolla en profundidad con lúcido análisis. La repercusión de su obra se expande más allá de los límites provinciales. "La poesía de Morisoli -cargada de matices, de lectura lenta- edifica una sólida épica de aquellos personajes cuasi anónimos que poblaron el oeste pampeano, o esas zonas de obreraje y paisanos de la patagonia; su gesta es cantar para que no se los lleve el olvido" ha dicho de él Sergio De Matteo. "Cancionero del río Colorado", "Solar del viento", "Tierra que sé", "Salmo bagual" y "Última rosa, última trinchera" son algunos de sus poemarios.

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