1.1.07

Manuel J. Castilla

ELEGÍA A ALBERTO BURNICHÓN

Vengan, arrimensé, vean lo que han hecho.

Antes que se lo lleven mirenló de perfil en este charco.
Ya le va ahogando el agua poco a poco el cabello
y la alta frente noble.
Los pastos pequeños afloran entre el agua sangrienta
y le tocan el rostro levemente.
Su corazón sin nadie está aguachento con una bala adentro.
¿Miraron ya?
¿Era de mañana, de tarde, de noche que ustedes lo mataron?
¿Se acuerdan cuándo era?
(Los alquilones sólo miran la hora del dinero.)
No, no se vayan, oigan esto:
El hombre que ustedes han matado amaba la poesía.
Cuando ustedes aún no habían nacido
los pies de ese señor iban por todos los pueblos de Argentina
dejando en cada uno la voz de los poetas.
Esos versos llevaban
sus ganas de justicia y de mostrar belleza.
Ustedes han cobrado dinero por matarlo
y él jamás cobró nada porque ustedes aprendieran a leer.
Fíjense:
hacía libros de poemas que regalaba a los obreros.
Tenía como ustedes, hijos, mujer y un techo
que también le han derrumbadoy libros de aprender a ser gente.
Todo eso han destruido, ¿se dan cuenta?¿Y ahora?
Ustedes, pobre matadores,
perdonados por él, ya reposados
piensan conmigo: ¿Qué haremos con el muerto?
Yo lo recobro ahora, húmedo en yuyarales.
Mi mano le despeina como a un nido dormido.
Miro su portafolios abierto en donde caben todas
las sorpresas del mundo,
fotos de sus amigos pintores y escultores
saliendo entre las pruebas de algún libro de versos.
Lo miro apareciendo en cualquier parte en cuanto lo han nombrado.
Se iba quedando siempre que se iba. Por eso estaba con nosotros, ausente.
Nos quería en silencio.
A Wernicke, a Galán, a Lino Spilimbergo y a Alonso.
Luis Víctor Outes, Bustos,
le arrodillaban el corazón
cuando Rolando Valladares triste, andaba en las vidalas.
Se echaba en la amistad como un vino en las copas
y había que beberlo
hasta la última luz del alba y la alegría.
Va cielo arriba, en Córdoba, solito.
Nosotros, aquí en Salta, lo pensamos.
Y ahora, matadores alquilados:
¿qué hacemos con el muerto?


Manuel J. Castilla (1918-1980) fue poeta, escritor y periodista. Cursó estudios en su provincia natal, Salta. Estuvo entre los fundadores del grupo "La Carpa" junto a María Adela Agudo y Raúl Galán, entre otros. Fue periodista en el diario "El Intransigente" y colaborador de revistas culturales. La raíz folclórica ocupa primerísimo lugar en su obra, y se lo ubica entre los renovadores del cancionero popular salteño, al que aporta composiciones como: "La Pomeña", "Juan Panadero", "Zamba de la Candelaria" "Zamba de Balderrama", etc.. Obtuvo importantes galardones, entre ellos el Primer Premio Nacional de Poesía, Ministerio de Cultura y Educación de la Nación (trienio 1973/75). Dijo de él César Chávez: "...caminante de la tierra, especialmente de su Salta natal, o en otros pagos más allá de las fronteras en Potosí y Oruro. Luego todas aquellas experiencias fueron volcadas al zumo de las letras, poniéndole alma y vida a los paisajes, indios, hacheros, pastores, mineros [...] y sus poesías son profundamente sentidas y hasta dolidas por su percepción de haber compartido con los protagonistas, dándole un sentido critico a la desigualdad social". Algunos de sus libros de poemas: "Agua de lluvia", "La tierra de uno", "Norte adentro","Posesión entre pájaros", "Cantos del gozante".


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