22.1.07

Susana Esther Soba

CANTO A SALADILLO: FUNDACIÓN AL SUR

Pudo nacer de espada o de degüello.
De ambiciones alzadas como potros
a lo largo del tiempo.
De furor derramado en la aventura.

O cercado de miedo.
Pero no.
Nació de un sueño.

Estaba todo para que él naciera.
La llanura y el cielo:
Un arroyo de luz para nombrarlo.
El pájaro en su vuelo.
Un derroche de verdes musicales.
La caricía del viento.
Estaba todo para que él naciera.
¡Y qué hermoso que fue su nacimiento!
No estuvo el militar con su arrogancia.
¡Qué ventura este hecho!
Ni tampoco algún jefe de frontera.
Ni un cacique sediento.
Nació bajo este signo jubiloso:
¡Civiles lo quisieron!
Aquel Mariano Acosta lo decide.
Su nombre patriarcal ya está en el verso.

El recorre estos predios campesinos
y en la plaza de hoy, señala el centro.
Aquí fue. En esta plaza florecidade tilos verdinegros.
Aquí, donde las tardes
son de un oro -finísimo e intenso.
Aquí, donde el amor se condecora
con el frágil racimo del almendro.

Pudo ser otro sitio, ¡quién lo duda!
¡Pero su corazón es esto!

Después, naturalmente, fue la tierra
que debía poblarse con esfuerzo.
El reparto de quintas y solares
para el pan del sudor y del contento.

El hombre y la mujer abriendo surcos
en la arisca constancia del desierto.
El hombre y la mujer junto a los hijos.
Las semillas. Los árboles. Los perros.
Trabajadas mañanas cerealeras.
Estrellados nocturnos de sosiego.
La canción, el trabajo y la esperanza.
Los saludos fraternos.
Los Bozán, los Ortúzar, los Posadas,
los Rosales, los Sosa, los primeros.
El sembrado en el surco madurando.
Las chacras floreciendo.

Por el ancho país de la llanura,
se empezaba a ser pueblo.

¡Ah, la simple y profunda trayectoria
de este crecimiento!
Para salvar la vida de los hombres
fue necesario un médico.
Y para darle claridad al alma,
don Máximo Cabral pide un maestro.

Rafael Zamorano se llamaba.
Para él un recuerdo.
Hizo lo que Almafuerte en Chacabuco.
Lo que en el Monte de Oro hizo Sarmiento.
Fundó patria, y escuela, y aun futuro.
¡Rafael Zamorano, vencedor en el tiempo!

Luego alambrados y veredas anchas.
Edificios. Periódicos. Festejos.
Ferrocarril. Caminos. Bibliotecas.
Todo pacientemente se fue haciendo.

Y para darle al fin un contenido,
todavía más alto, todavía más bueno,
pasó bajo su cielo un meteoro
con el andar del tiempo.

Tenía el fuego en la mirada.
La pasión en el pecho.
Batallaba de frente y sin descanso
contra el mal, contra el miedo.
Se derramó en amor a los de abajo.
Se prodigó en ensueños.

Sembró su corazón como una rosa.
Como un lirio su gesto.
¡Taborda sea nombrado para siempre!
¡Taborda, compañeros!
Y para darle, sí, un contenido,
todavía más fino, todavía más bello,
le nació a Saladillo una poeta.
Una mujer con pájaros adentro.
Fue la que descubrió para nosotros
la hermosura del cielo.
Y se quemaba dulce y desdichada
por estas altas calles del silencio.
García Costa fue la señalada
para el fervor del verso.
Ella andará tal vez otros caminos.
Seguramente lejos.
Pero estará presente en Saladillo,
mientras esté este cielo.
Y está también la gente cotidiana.
La del honrado pecho.
La que tiene su rostro campesino
o su angustia de sueños.
El que trabaja la madera y canta.
El que ara en silencio.
El que cultiva su jardín y ríe.
El que funda los nietos.
Aquel que tiene la amistad abierta
y el espíritu entero.

Están todos cumpliendo su destino
en este, andar viviendo.
Yo no nací en su substancia madre.
No tuve aquí raíz de tiempo.

Quizás señalen que no soy la hija
de este rincón sureño.
Pero aquí está mi vida más consciente.
La que tiene sentido verdadero.
Voy por zonas terribles, deliciosas,
buscándome y buscando lo que siento.
Aquí caigo, padezco, me levanto,
yerro, perdono, me perdonan, llevo
una constelación de amor sobre mi frente.
¡Una guerra en el pecho!

Y por si fuera todavía poco,
bajo esta tierra está mi padre muerto.
Y por si aún no fuera lo bastante,
digo que acaso cuando llega enero,
me florecen, azul en los linares;
los ojos gringos de mi abuelo.

¡Ah, lo grito! ¡Lo grito! ¡Lo proclamo!
¡Hacia los cuatro rumbos, por el viento!
Hacia arriba. De pie sobre un caballo.
Con banderas de fuego.
Con Cruz del Sur metiéndose en la sangre.
Con los que están.
Con los que ya se fueron.
Saladillo, guitarra, voz de arroyo;
¡por derecho de amor, eres mi pueblo!


Susana Esther Soba. Poeta, escritora, ensayista y docente nacida en la Capital Federal; vive en Saladillo, provincia de Buenos Aires. Estudió en la ciudad de Junín y ejerció la docencia en escuelas rurales y urbanas de la localidad donde reside.También artista plástica. Hizo crítica literaria en el matutino "Clarín" de la Capital Federal. Ejerció altos cargos en el Magisterios en distintas ciudades de la provincia de Buenos Aires. Concretó la fundación de varias bibliotecas municipales. Entre otros premios obtuvo el "Herminia Brumana "para escritores jóvenes y la Faja de Honor de la SADE. En 1994 fue declarada Ciudadana Ilustre de la ciudad de Saladillo. Recorrió gran parte del mundo llevando su poesía y la voz de la mujer argentina."Militante de la vida, desbordada de amor por la naturaleza y el hombre, cargada de ideales de paz, de justicia, de libertad, asume con pasión el hermoso e irrebatible acto de vivir y la fe puesta en un mundo mejor, al que sueña como un gran festín del que todos participan”: así la define uno de sus escoliasta más entendidos de su obra. Algunos de sus libros de poesía: "En verde y rojo", "Enunciación del júbilo", "La voz apasionada", "De tabúes y amuletos".

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