16.3.07

Alberto Mario Perrone

EL HABLA DEL JAGUAR

A Carmen Lira y Carlos Payán Velver, en recuerdo de su amistad
y de las páginas nutricias del diario “La Jornada”,
donde nos conocimos en el DF, de México

Suben desde la bruma y cantan.
Son una estela abriéndose en el agua
Con sus vestimentas, capas y plumas.
Oh, el lento movimiento que le conocí al águila
en el aire. Suben sobre la bruma y cantan. El río
Usumacinta
no deja de correr pero en esta tierra del
árbol de hule ellos son ahora la gente.

Bajando sobre la luz de mi cuerpo
Esta sombra de tristeza moteada en su oscura noche
De quieto olor. Jaguar gruñidor
En las grandes estelas y asomándose por sobre
Extraños personajes humanos y fantásticos.
El ciclo de un jaguar en hombre.
El intento del guerrero:
Otro comedor de hombres.

Follajes y la obsesión del crujiente silencio verde.
Follajes olorosos. El grito, el grito.
Y mis densos colmillos del placer
Adentrándose en la cintura de femeninas carnes
Procreadoras, pujando entre el dolor
Y una boca partida y sangrando
Bajo el asalto de mis garras.

El camino rojo que reconozco
Una vez más. Maravilla de un olor
y su garganta palpitando ante el hocico
estremecido de novedad. Oh, destino
de jaguares, oh tierra y agua.
Oh, piedra y voz del iletrado. Oh, cueva
Imaginada y hachones encendidos
crepitando desde el atardecer.

Raza de sacerdotes y labriegos.
Raza de mujeres tejedoras y guerreros
Obreros de estuco colorido
Gente del arado de piedra
Gente del arado de madera.

Los veo desde la espesura y mi tranquilidad antigua
que ellos convierten en agitado viento
que mi zarpazo lucha por debatir.
Siento una arena y una red que huyendo
Acumula otras formas
más despiadadas cuanto más ajena
más dolorosas cuanto más verídicas.

Mi paso supo quebrar la maleza
y hubo también gruñidos para llamar
al amor del apareamiento:
la pupila encendida.
Y no era una máscara pintada
Ni hablaba otra presencia:
era la nuestra.

Ágata del mar sobre una cripta
platos de barro negro
alimentos arrancados
tumbas del templo
estuco, ofrendas, inscripciones,
pilares, escaleras y bóvedas.
y un asiento con dos cabezas de jaguar
y una pisada de jaguar, sin huella.

Es un escenario que colma el paladar
De otro sentir
Como si fuera esta inesperada abundancia
Un cebo sin límite
Para la idea de mí mismo
Convertido en máscara
Convertido en ídolo azul
Convertido en blancos colmillos.
Piel donde vence el cuerpo:
pensamiento sin gusto.

Firmeza es la tersura del instinto
patrimonio de lo veloz. Y enfrente, comprobar
estas ceremonias que van cercando de
un laberinto. Gruesas rayas:
rayando la piedra
rayando la piel de la piedra que permanece
muda a mis ojos
en su ininteligible sistema
que más pobre me hace en su caudal.

Un espíritu
Ondea sobre lo corpóreo. Sin embargo
Esta noche inexplicable
Ha traído hasta mi playa el cruel regalo
De un orgullo:
Una fiera de otra condición.
Ojos inmensos, mirada que asciende.

¿De dónde, si no del cielo, llegan los dioses?
Por lo que sus sacerdotes brindan el oloroso
Copal hacia la ruta del cometa y ellos
Como yo
Sabemos que solo el tiempo nos separa.
¿A mí de ellos? Otro cielo fue el de las luciérnagas,
pero hoy nuevos traicioneros adoradores
venidos del polvo, llegan
del barro del cosmos, llegan.

Habiendo sido el amor de la selva en su corteza
esta gente hace que envidie el fuego
que arde en sus manos
el fuego de sus adoratorios de piedra
el fuego de la luz sobre los escalones
y la inextinguible burla de la lengua colgando
entre estas quijadas de la mañana.

Todo es sentido así
Salvo cuando tus palacios duermen
Y el campo y los vallados del cultivo
Facilitan agazaparse en la maleza.

Grandes trompetas de madera
Pequeñas trompetas de barro
Flautas de caña
Flautas de barro
Sonajas en las caderas
En los tobillos
Sonajas de tus pulseras
Cuernos de voz bronca
Caracoles de sonido friccionado.
Una estela donde el sacerdote danza.

Como la primera vez que pisó mi playa
Con toda la solemnidad
Un incomprensible rito
Porque jamás otros oídos volverán
a escuchar este cascabel.

Cuerpo de plumas
Penachos vegetales reposando en tallas
Por donde el viento silba sin apagarse.
El impulso rumbo a una posteridad
Asfixiando la serpiente en la sombra.
Religión y jade quitándome el aura de mis ojos
Para amarrarlo al altar donde alguien es vencido.

Estandarte, colmillos entre cruces
Pavimento de cruces, el recinto de lo sagrado:
El cetro y el arma con que todo se resguarda
Y se reverencia. Grandes cabezas en la piedra
Monumentos esgrafiados surgiendo de la tierra;
Labios gruesos, apretados cascos de cintas
Orejeras crotálicas y un niño llevado en brazos;
Sandalias, collares de cuentas en verde jade y los jeroglíficos
Del trébol y del pájaro y de la huella. Siempre la huella
De este nuevo pie humano.

El jade es blanco nieve
El jade es rojo cinabrio
El jade es amarillo de cera
El jade es grasa de tapir con manchas bermellón
El jade es una brillante espinaca con puntos de oro
El jade esmeralda
El jade esmeralda intensa, limpio y sin vetas.
El jade es negro tinta.
Los ojos del jaguar son mis ojos.

Entonces, aparecieron los gigantes
Jaulas con sus rejas en piedras tubulares.
La jaula del divino jaguar alimentado
Con carne y jade.
¿Podría aparearme con estas doncellas ofrecidas?
Jaula y sangre. Religión subterránea de los elegidos.

Intoxicando el belfo,
Sorbiendo,
¿Habré acaso de transformar mi estirpe?
¿Podré lucir sus cueros y sus diademas?
¿Abatiré al quetzal para lucir su arcoiris?
¿Dispondré la elegancia de mi propia piel
en taparrabos y almohadones?

Salta el jaguar. Busco transformar
El rugido y la seda de un lomo arqueándose
En el agua murmuradora de su caminar
en la algarabía de esta gente que quiebra
la palmera y rompe la nuez del coco y mi nuez salvaje.
Es el precio para que mis ojos descifre
Incisiones. En Uxmal ¿Lanzas y cabezas e mono?
¿Cómo podrá dejar el conocimiento de mis garras?
¿Cómo ser ante diminutos seres
arropados en hijos de lecho y algodón?
¿Teje acaso
el jaguar su nido como el ave?

Nada de todo esto tuvo nunca el jaguar
Y el sol amaneció y las nubes volaron
Y hubo agua en el manantial de
Ototum
Y caza tanto la sombra del zapote, entre el ramaje
Del ahuehuete, detrás del anciano cedro que tronchó
Un rayo
Cuando las voces recién llegadas nombraron
Palenque, Kukulkán, Chinchén Itza.

¿Han llegado juntos? ¿Son acaso distintos?
Las pirámides y las columnas
Los templos y las esquinas
La resina en el hule macizo
El anillo de las hondas grutas
Sobre los angostos callejones rectos
Plataformas y otra vez
Escalones como colinas.
Y otra vez, construcciones con tableros adornados
Y rostros del jaguar y símbolo del jaguar y el águila.

Se repiten las fortificaciones y las techumbres
y los yugos pulidos y ciclópeos.
Así ha surgido esta gente enraizándose
Sobre mis montañas
Talando la caoba insigne
Robando la sangre en la resina del mangle
Para sus ropas y sus hamacas.

Ver para creer. Hablan de venerarme
Mientras me acorralan
Mientras me rodean de bagatelas incomibles
Mientras me arrojan entre objetos impensables
En su ridícula factura humana
Desafiante de la fatalidad. O acaso, ¿sabedores de
Su sino en el sueño que urden sus mallas?

La espuma surge en el sueño
Del comercio y las migraciones de sus pueblos.
Gente atraída por resplandores extranjeros
Vírgenes disolutas de alcoholes encendidas
Juramentos en el atardecer voraz del trópico
En la sed del abrazo.
¿Cómo suponer que este nuevo lecho que me destinan
es un adoratorio de bienhechora traílla?

Cuando el esplendor estos muros estucados
Haya caído de sus crujías
Pese a las invocaciones y sus máscaras amarantas
Cuando este acontecer no sea otra cosa que arqueología
Sobreviviré
Como jaguar,
Como piedra dibujada en el muro.

Una estirpe soñada
Con nariguera de jade y cuchilla de obsidiana.
Un jaguar tallado en su hueso
Hasta perforar su rencor. Anillos de serpentina
Y aros de metal tintineante.
Lágrimas de caracol rosadas
Sobre la piel herida.

Como si hubiera un diminuto campanario
Y esas agrandes aves colándose en la crestería
De aquella torre que vigila el maíz empobrecido
Del llano y aguarda adivinar lo que vendrá.
Imposible ofrendas en el altar
Donde cada sacrificio acerca el convite.
Imposibles adornos de grifos
donde las memoraciones son calendarios vacíos.

Más terrible aún en su espanto inútil
en su arrancada confesión
en su extinguido canto de amor
por sobre la vecindad dormida. Como si jamás
hombre, mujer, jaguar, su hubieran acurrucado
en los pastizales
hombre, mujer, jaguar, hubieran caído de bruces.
Tempestades hirvientes de la tierra.
Rumbos abiertos en marejadas de trueno y lava.

Mi ojos de selva advierten también
la gran lápida esculpida
el sarcófago revestido de de pinturas
el rojo en el guerrero envuelto
en sudario. Y el guerrero muerto con su máscara
sus pulseras de doscientas cuentas de jade,
sus anillos de jade en cada uno de los esqueléticos dedos.
Fulguraciones donde el labio ya no aletea bajo
la carga del rito y la pedrería.
Máscara verdosa.
Máscara de mosaicos de jade.
Máscara con ojos de carey.
Máscara con iris de obsidiana.
Máscara de América con gruesa cuenta de sangre
de jade en la boca.
Máscara única.
Hombre y máscara y jaguar.

Qué lazo mágico, qué serpiente modelada
qué oscuro paredón blanqueado de mito y cal.
Oh, sacerdotes, de la estrella duradera.
Oh, sacerdotes de la flor joven.
Oh, sacerdotisas de la mariposa nueva.
Oh, buscadores de moluscos y sonidos.
¿Quiénes son estos altos señores con voz y mando
por sobre escalinatas encaramadas con rigidez
de sal y calavera riéndose del húmedo encierro?

Por sobre el eco de estos sonidos
por sobre la construcción
por sobre las batallas grandes por sobre la sangre
por sobre la sangre
por sobre las mañanas
por sobre esta materia surgiendo
por sobre la crianza de lo cotidiano
por sobre el fémur y rótulas
por sobre la aceptación y el reclamo
por sobre el pensamiento sin sabor.
Con la columna vertebral en el polvo
ahogada en el silencio y la muerte.
Y el espacio invadido cediendo poco, a poco
su lugar a una vitalidad que viene de antes.
El esfuerzo sobrehumano de lo sin antes
naciendo del olor a podrido en la hojarasca.
Cómo habrá de interceder con el futuro
un jaguar azul cuyo único tótem es el hambre?

Y al verlos herir con habilidad esa pelota
negra y compacta para sortear con su rebote
un pequeño tramo hacia la sangre o la vida
la noche y el día jugados cuando la medicina
y el sudor del triunfo existen. Y al verlos
apegados a la medida y al cómputo, al transcurso
de las lunas y a la averiguación del día más corto
de la regularidad en la variación, del sol en el
mediodía de las cigarras y el brote del tabaco.

Verlos hacer según la altura de la sombra
verlos mordiendo con sus objetos el suelo
verlos acumular los años, los siglos, sus estaciones
aumentando sus cometas su luz hasta extinguirse
y ver los cómputos y los dignatarios simulando
la vestimenta de mi cuerpo y piel.
Poco me sirve a mí
para quien el calendario es otro,
otra la sepultura.

El látigo para los esclavos despeñados en la roca
donde el saber lo ofrece un cenote de agua sacra.
La fatiga de catalogar las estrellas del árbol
del cielo. Estrellas que la vida pierde y
confunde con una oscura cortina detrás
de la que los jaguares espían
relamiéndose, despreocupados del día de mañana.

Ojos de tigre, ojos de miel, ojos de esmeralda
que en la noche despiertan al guerrero
del norte y del sur revolcándose en el cuero
para adquirir la sed con la matanza y la corneta
del triunfo en la firme lanza que troncha cráneos.

Huele y observa desde el aire este humo vespertino
el águila vieja dueña del pico curvo que ignora
la siega y la caricia. Párpados que se aquietan
como si en nosotros
resonaran los tambores del ejército de un sueño,
como si mis ojos de jaguar acecharan
un mañana ajeno, la pesadilla de un invierno real.
Y este sueño ha concluido por acampar entre escudos
de tortugas y
aromas de incendios. Una ceniza y un polvo del
espacio naciendo
cuando la primavera está en mí.
Y como si todo no fuera mucho más
que una gesticulación mágica.

Grutas ahuecadas trémulas de somnolencia.
germinación acurrucada en la ruta del picante
la red colmada de caracoles
la gruesa trenza prieta
la gruesa trenza alba
libros desplegados en cardúmenes admirables
y una corona de cervatillos curioseando
desde lo alto de la montaña.
Un pórtico hacia donde dirigir la mirada.
Un pórtico distante ofreciendo la intangible sombra
de la piedra.

Un anciano en cuclillas sobre la solitaria vereda de la aldea.
Por sobre el peyote y los fumaderos:
la espléndida risa de los papagayos incrédulos.
Y la imprevista ortiga en el sendero del peregrino.
Nuevamente, soñando puñados de estrellas y puñados
de soles, sin saber que el gran juego ha concluido.
Y resulta sencillo entregarme
como si fuera un sueño: ellos y yo.
Y como si todo no fuera más que el gruñido del mar.

Dioses y semidioses: ¿No hay otra gente trabajando en la inmensidad?



Alberto Mario Perrone (1944). Poeta, narrador, ensayista y periodista nacido en la Capital Federal. Se graduó en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA en la carrera de Letras en 1972. Desde mediados de los años 60 integró y publicó en diversas revistas literarias: "Hoy en la cultura" y "Meridiano 70", entre otras. De su libro "Ausente" dijo Mirta Arlt: "Es un texto con momentos de incitante subjetividad e intensidad y docilidad poética, que introduce al lector en ausencias, encuentros, panoramas y experiencias que lo enriquecen, aportándole matices y compatibilidades con una sensibilidad engrandecida". Algunos de sus poemarios: "Aguardiente", "Derrota y despojo", "Ausente".

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