5.3.07

Héctor César Izaguirre

POEMA PARA LOS MÍOS

I

Aquí también llegaron,
casi sin llantos, casi sin palabras.
Y aquellos ojos de asombro y espanto,
carcomieron
albas sedientas de colinas, pájaros,
y la fluvial ternura de sauces y de ceibos.

En ignotas tierras, de lluvias y ásperos soles,
tan sólo pastizales, arbustos, tajamares.
Quizá sorprendidas serpientes.
Y un terco sapucay que desensilló sombras y recelos.

Aquí también llegaron,
casi sin llantos, casi sin palabras.
Y en agrestes rincones enquistaron
la temblorosa,
la salobre congoja del destierro.
Desde entonces,
el horizonte acunó extrañas voces.
Y la luz esparcida de la aurora
apaciguó ecos, que aún gemían
con monótono vaivén de oleaje antiguo.
Después,
madrugadas rebeldes.
Caluroso desborde de arroyos y sequías.
Atardecidas penas.
Suave tristeza del Ángelus, estaqueado
por piadosa ilusión de desmemoria.

Cantaban, en silencio,
los tenues villancicos.
Y era tímido el lirio
de las rubias sonrisas.

Entre riachos, huellones y pacientes lloviznas.
Entre la soledad y el miedo. Y estancias,
dueñas del viento y del río y del grito
de arreos y peonadas ariscas,
ellos llegaron, casi sin llantos ni palabras.
Y hubo rezos, y entibiadas plegarias.
y comunión de sueños y de abrazos.

(En qué raigón, abuelo,
en qué sapukay desalentado de auroras,
se aquietó el gemido ceniciento de la Noche,
para que yo,
sangre de otras sangres,
sombra de otras sombras,
aún vibre y estalle
ante ese desamparo, adherido
a estambres muy secretos de la piel.
En qué raigón, abuelo...

Y los vientos y lluvias
astillan grises escamas de Tiempo
y desgastan cortezas de adustos espinillos.
y fueron, hasta ayer,
caliente cimbra de un país remoto
que se pierde en atajos sinuosos del olvido.

Y los vientos y lluvias
desmenuzan tardes, otoñan gestos,
diluyen voces, confunden recuerdos.

Y los vientos y lluvias
huracán la noche sin frontera
y apretujan clamores dispersos en riberas,
sumisos callejones
y el fluir atardecido de las aguas.
En qué raigón, por Dios, en qué raigón, abuelo...?)

Y la tierra fue un día espiga luminosa.
Fugaz cántico de égloga,
ascendiendo
desde el ardoroso aleluya de la sangre.

("Su carga está ahora
en un convoy de carros,
relumbres de guadañas,
desperezos de arado")

Piamonte, Saboya y los cantones
y la Francia del dulce Languedoc.

Brotan nostalgias. Quizá alguna fecha.
Inevitables lápidas: esquirlas de un afán
que aquerenció el dolor y lo hizo siembra.
Pero la aldea, alzada
junto a trigos y encendidas escarchas,
fue también,
agreste paz ardida. Desbordada canción
sin tiempos ni distancias.
Piamonte, Saboya y los cantones,
y la Francia del dulce Languedoc...

Piadosas anécdotas, letanías.
Cartas opacadas por los años,
la muerte, y un oleaje sin retorno.
Piamonte, Saboya y los cantones
y la Francia del dulce Languedoc.

Y el mar. Y la pobre plaza aldeana,
esfumada entre norias,
arados y carruajes.

Y un después,
de ondulados pregones y sumisos trajines.
Piamonte, Saboya y los cantones,
y la Francia del dulce Languedoc.

Y las campanas insisten, y asumen
cotidianos repliegues de bueyes y de brazos
Y la familia, en rezada armonía,
canta, juega y ríe.
Canta, juega y llora.
Y el terso viento de la tardecita,
acuna, otra vez!,
blancas coplas de arraigo y confidencia.Piamonte, Saboya y los cantones,
y la Francia del dulce Languedoc...

Y la sangre de otras sangres. Y la dura sombra
de otras lejanas sombras.
Y aquel ayer de niebla y rocío.
Y los surcos sedientos.
Y las campanas.
Y los hijos.
Y los hijos de aquellos hijos, inaugurando
un clamoroso anhelo de raíces,
Piamonte, Saboya y los cantones,
y la Francia,
la Francia del dulce Languedoc...

II

Eran ellos.
Náufragos en vastedad de tierras
y en calmo zigzagueo
de arroyos y lomadas.

Eran ellos, deambulando
inocencias del alba
y decires de suave desmemoria.

Ellos,
y el fervor de fugaces calendarios
que apresuraban
las hondonadas grises del invierno.

Allí, duros trajines, desamparo,

renovadas plegarias, extendidas
en lindes de la fe,
en lindes de la angustia.

Sí. Eran ellos,
los que afincaron rezos y fatigas
en esta tierra equilibrada por las aguas
y el desierto susurro de lomas en desvelo.

Y allá, a lo lejos,
el mar, sin horizontes ni respuestas.
El mar,
y una estrella fugaz
que despliega arrullos de lunas sonrosadas.

Sí. Eran ellos
y el chirriar desvelado de cigarras,
que amojonaban
la desmesura incierta de los campos.

Ellos y el ronroneo ardoroso del amor.
Y el desolado surco de los sueños,
añeja luz, desnudo campanario,
dura matriz fecunda y desgajada.

Sí. Eran ellos,
los que llegaron casi sin llegar.
Y fueron, después piadosa simiente.
Agostada parcela,
detenida en umbrales
añosos del recuerdo.

Sí, ellos.
Los que acunaron rústicos pesebres,
y cánticos y rondas, que surgían
desde nieblas y brisa envejecida.
Ellos y la noche
y el vértigo azul de las arterias
y las promesas fecundas del arado
y el fervor acriollado de la sangre,
asumiendo
pasiones y naufragios de estas costas.
De estos ciegos remansos y sufridos crepúsculos
que hablan español y, como ayer,
dialogan con la Esfinge.
Ellos.
Y el desamparo de gritos y metrallas cíclicas.
(De aquí. Y de allá.
Como inútil constante.
O loco desvarío de la sangre).

Sí. Eran ellos.
Pero quizá seamos también nosotros,
frágil esquirla, paciente desvelo
que balbucea clamores de tiempo.
Sí. Quizá seamos también nosotros.
Y la Censura Nº 104
y la fatigosa necesidad de creer.
Más allá,
de órdenes, marchas y duros clarines.
Nosotros,
de este, nuestro Sur,
de desmesura, y extraños rituales
que estremecen y sacuden lomadas del viento.
Nosotros, y el clamor de Huiracocha,
Quetzalcóatl, Ñanderú.

Nosotros
y el cansancio dolorido del mítico abuelo
que apretujó en sus venas un errático silbo
de íntimos valles, nieve y rústico francés.
Y un día, en silencio, atravesó la mar
y hasta aquí llegó casi sin llegar.
Y aquí creció en hijos.
En piadosas vigilias.
En pausado fervor de artesanías.
Y en otro vago día, (tal vez sin escándalo),
aquerenció sus huesos
en esta tierra, que él llamó Destino.

Desde ahí, es y será, borroneada lápida,
soleado descanso,
que perdura, más allá de las lágrimas,
más allá del rumor de villancicos en fuga.

Sí. Quizá seamos también nosotros,
que hoy comprendemos que aquel nuestro abuelo,
es río que fluye, sin prisa, cántico
sin fronteras. Tristeza que se afinca
en cordajes del sueño.
Sí. Quizás seamos también nosotros,
en esta clamorosa rinconada sureña,
que rescata
cobrizos y mulatos anhelos de la sangre.
Y desmaleza destierros ajenos
con asumida nostalgia de isleño.
Sí. Quizá seamos también nosotros
que aquí queremos ser
porque nos sentimos querencia, senda
zigzagueante, anudada en horcones
gredosos de la tierra.

Sí, Padre Netzahualcóyotl.
Sí, Profeta Langston Hughes.
Sí, Rubén. ("Es con voz de Biblia
o verso de Walt Whitman).
Sí. César ("Para sólo morir/ tenemos que morir/
a cada instante").
Sí, Pablo. ("Las húmedas caras de arena
Dicen en silencio Túpac/
Y Túpac es una semilla/ (...) dicen en silencio Túpac/
Y Túpac germina en la tierra")

Sí, abuelo. Sí, hermanosYa somos raíz...! Ya somos América...!



Héctor César Izaguirre (1936) es poeta, investigador y docente. Nació en Colón, Entre Ríos, y reside en Concepción del Uruguay. Fue galardonado con el Premio Fray Mocho, máxima distinción para poeta y escritores instituido en su provincia. Participó como jurado en varias oportunidades en concursos y certámenes poéticos. Sus trabajos de investigación se publicaron en revistas universitarias y periódicos. Es co-autor de la "Enciclopedia de Entre Ríos", antología profunda de la literatura provincial. A propósito de su obra ha dicho Juan Meneguín: "Los poemas de Héctor C. Izaguirre no buscan cantar una fácil nostalgia sino recuperar un pasado para legarlo. Encender las nutrientes del suelo para que la savia regrese con más vigor, 'ascendiendo desde el ardoroso aleluya de la sangre', hacia una epifanía de campos labrados hasta el próximo amanecer". Un de sus poemarios: "De otoño y raíces encendidas".


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