19.4.07

Lermo Rafael Balbi

HECHOS DE LECHE Y PERLAS AMERICANAS

(a Jorge Tobías Colombo)

Hace siglos que estamos aquí. Que somos nacidos,
que tenemos conciencia de los años
y que luchamos
siempre atentos a la esfera de algún dolor,
apretando el desprecio, ligeros
en la apreciación del rocío de la mañana.
Hace mucho, casi demasiado tiempo que estamos aquí.
Ni más acá, ni más allá,
ni perdidos en el espacio,
ni auscultando la cuarta dimensión,
estamos precisamente amarrados a esta tierra
y decimos: Colón descubrió América el doce de octubre
de mi cuatrocientos noventa y dos
gracias a las joyas de Isabel la Católica
y gracias mil veces, a su santa y venerada fe
y no hemos adelantado un paso desde que fuimos
descubiertos.
Hace siglos que no existimos, o que existimos al revés,
que hacemos versos y tratamos de querernos
tan elegantemente limpios y disimulados
y a veces tan lejanos a todo lo que esté
implícitamente comprendido en el turbio
y oscuro goce de nuestro sexo.

Hablamos de tanta gente que nos ocupó el lugar
y de los muchos sinsabores que pasamos
por culpa de aquella pésima educación
que ellos nos dieron, inocentemente preocupados
hasta el delirio por las noticias de guerra
y el avance de los aliados.
Cuando fuimos adolescentes, como éstos,
adolescentes sin música, sin mar,
sin automóviles ungidos de partidas
y tan lastimados de aquellas promesas de vosotros
que sinceramente, bien conocéis.

Éramos muy alabados por los méritos
de saber tanto de nada, mientras que los soldados
volvían a casa, y los demás que habían sido sus camaradas,
un poco más muertos se quedaban en la tierra
bajo tres millones de cruces bien distribuídas
en la neblina de la mañana.
Pero así no existíamos desde siglos, desde saber
qué pena juzgaba digna para Paolo y Francesca, Dante
mordiendo el fuego del infierno.
Hubo una época de Tiépolo y Botticelli,
lúcida manera antigua de amar a los rituales
fuertes del humanismo. Ostentábamos la calamidad
de aquella guerra, impuestos del algún veneno.

Ellos, los americanos del Norte, descubiertos casi
al mismo tiempo que nosotros, también recuperaron
a sus soldados vivos
y levantaron monumentos a los soldados muertos.
Pero alguien vio en su viaje de verano al monumento
a los caídos, en la penumbra oxidada de la tarde.
Era el nombre de aquellos soldados que el Brasil
también sacrificó y que ahora se dicen así:
Jao Oliveira, 18 años; Juvenal Mosquera,
19 años; Pedro Dorrego, 18 años; Martín Albano, 20 años;
en tanto la humedad de la gruta deja correr
el agua de sus lápidas calladas.

Hace siglos que no existimos, que existimos al revés,
desde cuando comprendimos toda la media muerte
de aquellos amores que masacraban a Gilda o de aquella
canción que nos partía en dos:
pero ya no estás Lily Marlen...
y que cantaba desde la misma cicatriz hórrida
de la guerra con su voz y su cigarrillo de integridad.

Todos fueron capaces de oír los vientos que nos dijeron
para qué no existimos, el viento de julio, la danza de la muerte
al compás de Anitra, las procesiones con mujeres de negro,
la primavera roja, el grito desde los balcones,
el barrilete que mandaba al cielo aquel chico
de quien recordábamos haber tenido
un amor con su hermana con la que habíamos pensado
alguna vez en las varas de espadaña
y en una bicicleta Raleigh.
Hay que desdeñar todo, reírse de todo, acusar la ramplonería,
el vicio de los lugares comunes, el mundo sin talento.
Teníamos que tajar, que cortar, que tirar vísceras al río,
circuncidar con los dientes, hacer tripas con Camus,
leer Las moscas, obtener lustre con Khayyam
volver a los aceites undosos del medioevo, añorar el tango,
morir por la democracia, despedir a los soldados,
aclamar a los premios, no comprender ni siquiera a Bergman,
desexistir de nuevo, paso a paso, descubiertos en mil
cuatrocientos noventa y dos, machucados a cada rato,
hechos de perlas y leche americana, ubicados un poco arriba
y otro poco abajo y escribir América es América,
y América -oh soncera tartajeante- es para los americanos.
Hoy las fatigas, las acciones, los jueces
y los presagios nos velan para no ver nada,
no ver siquiera a la mujer analfabeta que yo sorprendí
esta tarde
frente a una máquina de escribir, poderosa como una elefanta
apoyando sus dedos en el teclado.

Los curiosos de las calles que se pasan la voz al instante
cuando está por romperse el día forajido y la noche última
no nos dejan ver que las moralejas no se ajustan
a una mujer analfabeta, ni a una máquina de escribir,
ni a una máquina que va segura hacia
la oscuridad de los espacios eternales.

¿Existir a qué?, desde cuando no existimos.
Pasa un pájaro. Esta noche se nos sube ya
por la niebla de los ríos. A la madrugada volvemos a casa.
Otra vez.


Lermo Rafael Balbi (1931-1988). Poeta, escritor y dramaturgo nacido en Rafaela, provincia de Santa Fe, donde falleció. Bachiller, fue maestro y profesor de castellano, literatura y latín. Se desempeñó posteriormente como director de Tecnología Educativa de su provincia. Colaboró en revistas y periódicos culturales. Se hizo acreedor a importantes galardones, entre ellos el Premio provincial de la Subsecretaría de Cultura de Santa Fe (1977) y el Premio de la Municipalidad de Rafaela en novela (1985). Dijo de él Enry Milesi: "No creo que Balbi pueda dar la imagen de un escritor cerebral y frío. Si bien su amplia cultura y su dominio de la lengua le imponían un perfeccionismo que le obligaba a una estricta corrección de sus trabajos, [...] los sentimientos que empujan detrás de su estilo se encargan de destruir esta falsa apariencia. Tenía total conciencia de su oficio de escritor estableciendo la diferencia entre los sentimientos, respetables en todo hombre en su condición de tal, y de la exposición de esos sentimientos por quien se siente poeta y consecuentemente tiene la obligación de hacer de ellos, poesía...". Poemarios editados: "El hombre transparente", "La tierra viva", Arauz muerto y celeste" y "Orfeo se reembarca".


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