Orlando Enrique Van Bredam
MANIFIESTO
No hay paisaje sin hombre, no es posible
concebir una rama
si no habita
la dimensión dolida del que canta,
del que asoma a los días
desprovisto.
No es posible siquiera una semilla,
un ala de pájaro caída,
dos raíces amargas
si no hay un hombre atado a su memoria,
un corazón caliente que levanta
su cielo de penas
una cosecha fría de tormentas,
una guitarra altiva, un pan dormido
sobre la mesa floral del mediodía
con todo el sol a cuestas.
No hay paisaje sin hombre,
no es posible
un dolor extenso sin su cuerpo,
una alegría llena sin su copa,
una tarde festejada en versos
si no está el hombre allí,
si no la ocupa
su grito encanecido de vergüenza,
su culpa enorme. Su condición terrestre.
Por eso mi palabra se adelanta
como una flor herida,
desnudada
por una voz que surge desde el vino,
desde el cereal gastado de mi boca,
desde la misma mañana
en que nacieron
mis hijos jubilosos en la tierra,
desde que supe el amor y entré a nombrarlo
a ponerlo de bandera
en esta Vida,
desde que el aire se inflama de imprudencias,
de rencores enormes
como un ácido
que destituye voces y esperanzas,
que instala en la mitad
del alma
anclada
su desazón y muerte, su cortina
de bombas, de metrallas,
de papeles
para ocultar a Dios, para perderlo.
No. No he de morir si no es
con estos dientes
que acorralan sonidos y colores,
con estas ganas de saberme humano.
No he de morir, he de quedar cantando
junto a la piel
gastada de la tarde
junto al dolor crecido del hermano,
porque su tiempo también me pertenece,
su fe, su voz
también me pertenecen
y sobre todo lo que calla en llanto
lo que no dice
por estar tan solo,
tan solitario con su muerte diaria.
No hay paisaje sin hombre, no es posible
porque la savia viaja por su sangre,
porque los pájaros
hablan por su boca,
porque no hay tierra que no sienta el peso
de su calor agrario,
porque de no ser así se borrarían
todas las nervaduras
que en el árbol talla
el tiempo
para recordarlo,
para verlo con su historia propia,
arrodillado,
triste,
buscando un ángel, un demonio,
un sueño,
para poder decir que vive,
que respira,
que este paisaje Es
porque él lo habita.
Orlando Enrique Van Bredam (1952) Poeta y escritor. Nació en un pueblo ferroviario del Departamento Uruguay en la Provincia de Entre Ríos. Cursó el secundario en el histórico Colegio de Uruguay y en la misma ciudad se recibió de profesor de Castellano, Literatura y Latín. En 1979 se radicó en El Colorado, provincia de Formosa, donde ejerce la docencia y produce sus textos poéticos, narrativos y dramáticos. Algunos de sus libros de cuentos: "Fabulaciones","Simulacros" y "La vida te cambia los planes". Obtuvo el Fray Mocho en 1982, premio anual con que el Gobierno de Entre Ríos distingue a sus autores. "Hay una arquitectura de formas y de sentidos que inscriben la poesía de Van Bredam en el sendero de la lírica entrerriana que lo precede en el tiempo.En todo, siempre, la mirada atenta a la misma geografía aquella de aguas, de verdes, de cielos... y en ese espacio un hombre habitándolo y un poeta, y la memoria indispensable que se enuncia en términos de ‘Manifiesto’: No hay paisaje sin hombre... El resultado es imperioso: la poesía del valiente que excluye contingencias y enarbola la palabra, sin jactancias, necesaria", dice Silvia Rodríguez Paz. Poemario: "Los cielos diferentes".
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