28.3.07

Luis Sadi Grosso

SONETO XLVI

Cuando seas famoso, amigo mío,
cuídate bien de hablar desde el trasmundo,
el buen decir, auténtico y fecundo,
siempre es aquí, sobre caliente o frío.

No creas que tu obra ya es un río
que puede sin cuidado y errabundo
dejarse ir seguro por el mundo
como un soltero y jubilado tío.

Recién empieza en fama y experiencia
lo que tu gran trabajo y gran paciencia
logró como una estatua de oro puro.

No te equivoques, este es el momento;
dí tu razón y su alto sentimiento;
te escucharán como a un joven del futuro.



Luis Sadí Grosso (1921-2008). Poeta y escritor nacido en Paraná, Entre Ríos. Siendo todavía inédito fue incluido en "Entre Ríos cantada", primera antología iconográfica de poetas entrerrianos de Luis Alberto Ruiz. Frecuentó los círculos literarios de los años 40 junto a Juan L. Ortiz, Reynaldo Ross, José María Díaz y Alfonso Sola González, entre tantos otros de no menor valía. Tuvo una intensa participación en instituciones de carácter cultural que se enriquecieron con sus iniciativas y realizaciones. Fue conferencista, jurado, y panelista en muchas ocasiones. A su gestión se deben la institución del Premio "Fray Mocho" a la actividad literaria, las series de ediciones estatales, la recopilación de la obra completa de Reynaldo Ross. No pocos de los análisis críticos que integran la "Enciclopedia de Entre Ríos" y otras antologías, son de su pluma. En todos los trabajos está impreso el anhelo comprometido y generoso de difundir la producción de los poetas de su provincia. Su poesía, que encuadra generalmente dentro de líneas clásicas, es siempre mesurada y reflexiva, no exenta a veces de un tenue humor.Libros de poemas: "Odas ínfimas", "Pequeño espectáculo", "Recuerdo de Paraná", "Las estatuas", "Libro de Venus".

Miguel Ángel Federik

ACUÉRDENSE DE FORCLAZ

"Al fin San José lustissima tellus!
Canaán sin ajenjos ni gamuzas para los hijos del Valais.
Tributaria de Urquiza, ese lejano general
señor de saladeros y palacios, afecto a las mujeres
y a las oropéndolas de los carnavales venecianos.
Al fin la tierra: estas colinas brumas, mansas, moras
con los lamparones del cobre pobre de sus pedregales
y este río que pareciera descender desde canteras
de nubes y cristales y no de esa oscura cueva
que habitan pájaros y caracoles. Aquí levantaré mi molino,
en esta altura casi azul de la campiña.
Yo he soñado tal vez con estas arboledas."

"-Notre frere... Pardón: nuestro hermano Forclaz
-Q.E.P.D.- es un enviado del infinito y su misericordia.
Él ha venido a convertirse en un mártir ignoto
y destinado a hacerse sombras en estas pampas insólitas.
Al arrojarse desde el Atalaya
de su sueño de piedras, con velámenes
se ha hundido para siempre en el infierno
pero quizás amó las sementeras
que ustedes sólo labran. Su tumba le pertenece.
Yace en paz en medio de lo que fue adverso."

(Cuando sople el último viento, el viento capaz
de mover estas ingenierías inconclusas,
estas aspas remisas al poder de la trigonometría,
acuérdense de Forclaz.
Sus inmensos ojos puestos en la bóveda
como un dulce periscopio ensimismado
sólo vieron el logaritmo de los amaneceres en Capricornio,
una bonanza de golondrinas con su duelo sin colores.
Un día levantó sus manos de las cremalleras
y las escuadras y las espigas, sobre todo las espigas
que lo herían con todo el oro de sus agujas derrumbado
y se preguntó: -"¿Por qué el viento, Dios Mío,
por qué el viento?" -La respuesta duerme
entre los cirios sin bendecir.
Ha muerto de espanto ante la magia
Va cesante de ángeles por el aire quieto)

"...Cuando escuchen la pavura de los antiguos
sobre esta Terra Incógnita, acuérdense de Forclaz.
Mackandal y los tambores, acuérdense de Forclaz.
San Brandán y la ballena, acuérdense de Forclaz.
Copérnico y Elcano, acuérdense de Forclaz.
El abismo y la serpiente...¡Acuérdense de Forclaz!"


Miguel Angel Federik (1951). Poeta y ensayista. Nació en Villaguay, Entre Ríos. donde reside. Sus primeros versos son de los inicios de los años 70. Su libro "Una liturgia para Némesis" le valió el Premio "Fray Mocho", el mayor galardón a las letras que anualmente otorga su provincia. "La palabra poética de Miguel Ángel Federik es alta, conceptuosa, profunda; poblada de imágenes que llevan ya al universo mitológico, ya a una épica de colonos inmigrantes y de próceres que dejaron lo suyo en un preciso espacio comarcano, se ha constituido en necesaria referencia de la literatura poética entrerriana”, aprecia en su comentario Silvia Rodríguez Paz. Otros poemarios: "La estatura de la sed", "De cuerpo impar" y "Fuegos de bien amar".

23.3.07

Alfonso Sola González

CANTOS A LA NOCHE / IV

(A Luis Soler Cañas)

Oh, nocturna ciudad, corazón de los hermanos en la noche.
Tu pan de inclemencia has partido para sus bocas miedosas,
maldiciendo en la noche.
Oh nodriza de calcinados pechos, madre salvaje y ciega!
Oh inmensa pesadumbre!
Ellos allí estarán roídos por la vida tenaz,
por la tristeza
de las noches que lamen lentamente sus briznas de esplendor,
sus rostros, otra vez, en los cristales fríos de la ciudad nocturna
repetirán esos cansados ojos que el amor ha comido,
esos ojos de espera que no se duermen nunca
mirando los andrajos de una vida,
la mano abierta y ciega de los años
en el desierto de las almas inmortales.
Ellos estarán, lentos en la noche.
Yo fui su hermano y su sed fue la mía.
Sus castigadas manos me guiaron con ternura impaciente
porque era débil y para el débil está hecho el hombro del hermano.
Yo fui entre todos ellos el más pobre y herido
y mi vida se colmó con los bienes de su piedad terrible.
Más allá de la estéril soledad de sus noches
la indiferencia abría magníficas espigas.
Yo vi cómo sus dientes miserables roían
la materia tremenda de la ciudad, sus raíces de espanto.
Yo vi cómo sus lenguas incesantes gastaban las estatuas de oro
hasta lamer un corazón caliente, manchado por la noche.
Yo conocí también su mesa y sobre su mesa el pan del desamparo
y sus oscuras manos ofreciendo la pobreza y el frío.
Ah, su canto en la noche! Cómo se oscurecía
la diadema insensata de mi frente de orgullo,
mi vanidosa cueva de culebras brillantes!
Sus dedos se extendieron temblando en las tinieblas
y tocaron el ciego corazón de las piedras mortales.
Y vi el torrente de la vida y más allá unas colinas doradas
y vi las otras criaturas apacibles de la música
y las que no podré nombrar con mi pesada lengua.
Ellos, ellos cantan en la noche
en la ciudad terrible sus canciones malditas
entre los despiadados mendigos de la luna.



Alfonso Sola González (1917-1975). Poeta nacido en Paraná, provincia de Entre Ríos. Egresó como profesor de Castellano y Literatura en el Instituto del Profesorado Secundario de esa ciudad y dictó Literatura Meridional en esa casa de estudios. Posteriormente fijó su residencia en la provincia de Mendoza. Perteneció a la llamada Generación del 40. "Poesía de alta dignidad, de continuo decoro, participa de una cierta exaltación vigilada, de una tesitura clásica que entona y purifica el ímpetu de sus impulsos románticos", dijo de su obra León Benaros. Poemarios: "La casa muerta", "Elegías de San Miguel", "Cantos para el atardecer de una diosa" y "Cantos a la noche”.

19.3.07

Rubén Amaya

HOGUERAS

alguna desesperanza me ganó la mañana
puso un viejo silencio en la distancia
que va desde el umbral de mi casa
hasta los pasos de alguien
que no viene a buscarme

al vestirme sentí a la soledad
husmeando mis zapatos
revolviendo con dedos amarillos
sus heladas astillas en mis párpados

náufrago entre papeles oscuramente blancos
me apuñalan las palabras por las sombras
para ahogar el grito que perturba mis manos

entonces la escalera repite fuertes pasos
llegan compañeros con su oficio de hoguera
me pongo el viejo compromiso y la mejor tristeza
y salgo a andar la vida y renacer con ella.



Rubén Amaya (1941). Poeta, narrador y ensayista. Nació en San Miguel de Tucumán. Colaboró en las revistas "Amaru" y "Vieja Lilith" de Buenos Aires y en los periódicos "La Gaceta" de Tucumán y "El Tribuno" de Salta. Fue copresidente del Movimiento de la Nueva Canción (1983) y presidente de SADE-Tucumán.Acerca de "Crónicas del regreso" dijo el poeta Norberto Corti: "Él pertenece a la raza de escritores de la resistencia. Comenzó resistiéndose él mismo en aquella vieja lucha del ser o no ser. Después tuvo que resistir desde Perón hasta aquí, a todos los gobiernos nacionales con sus ministros de economía incluidos. [...] Ahora, otra vez ahora.Justo en estos tiempos de ignominia, en este cambalache discepoleano, en este primer culo del mundo vapuleado. Justo en el momento de los retrocesos humanos, sin moral, sin principios, sin ética; en medio del robo y el saqueo; en medio del vale todo aunque no valga nada, sintiendo esta vergüenza aterradora que nos come los huesos, justo en el momento en que estamos por desgraciarlo todo y arrojar el alma junto con los brazos por una ventana.Justo ahora viene Rubén con este libro de poemas y nos hace recordar que no está todo perdido, que otra vez más... sobrevivir, resistir, luchar, crear...". Poemarios: "Simple como el pan", "Para no decir adiós", "El viejo compromiso y la mejor tristeza", "Sur... el olvido ¿y después?" y "Crónicas del regreso".

17.3.07

Julio Florencio Acosta

AUTORRETRATO

Soy lo que soy: el tiempo y el espacio.
Un hombre, nada más, cuyos secretos
caben perfectamente en los sonetos
que han tenido la vida de prefacio.

Para llegar aquí, vine despacio,

con los pies sobre viejos esqueletos
y las ansias saltando sobre setos
que le opacan los sueños al topacio.

Historia breve, simple, transparente,
rebelión popular empedernida
con toda la ansiedad del siglo XX.

Y si no dejo más que la esperanza
como mi testimonio de la vida,
para otro amanecer con eso alcanza.


Julio Florencio Acosta (1918-2006). Poeta, periodista y docente. Nació en La Paz, provincia de Entre Ríos, pero a muy temprana edad fue llevado al Chaco, donde vivió y falleció. Ejerció el periodismo en el diario "El Territorio" de su provincia adoptiva. Fue colaborador de "Propósitos" de la Capital Federal, "El Diario" de Paraná y "La Capital" de Rosario, entre otros periódicos. También tuvo una activa vida política como diputado por su provincia. En 1954, cuando se produjo el derrocamiento de presidente de Guatemala, Jacobo Arbenz, escribió un poema que tituló "Leticia de Guatemala" y millares de copias del mismo fueron arrojados sobre ese país por aviadores guatemaltecos y mexicanos. Obtuvo en 1968 el Primer Premio "Latinoamericano" de la fundación Otocar Rosarios por su contribución a la unidad de los países latinos del continente. "Sin declinar nunca su vinculación con la vida política, convivió con la pasión de escribir, tanto prosa como poemas. [...] Al mismo tiempo desempeñó otras tareas públicas, especialmente en el área de promoción de las cooperativas chaqueñas", anota un periodista en el diario "Norte", poco después de su deceso. "La falsa gloria","Elegía múltiple", "Cien sonetos y la yapa", "La raíz y la esencia" son algunos de sus libros de poesías.

16.3.07

Alberto Mario Perrone

EL HABLA DEL JAGUAR

A Carmen Lira y Carlos Payán Velver, en recuerdo de su amistad
y de las páginas nutricias del diario “La Jornada”,
donde nos conocimos en el DF, de México

Suben desde la bruma y cantan.
Son una estela abriéndose en el agua
Con sus vestimentas, capas y plumas.
Oh, el lento movimiento que le conocí al águila
en el aire. Suben sobre la bruma y cantan. El río
Usumacinta
no deja de correr pero en esta tierra del
árbol de hule ellos son ahora la gente.

Bajando sobre la luz de mi cuerpo
Esta sombra de tristeza moteada en su oscura noche
De quieto olor. Jaguar gruñidor
En las grandes estelas y asomándose por sobre
Extraños personajes humanos y fantásticos.
El ciclo de un jaguar en hombre.
El intento del guerrero:
Otro comedor de hombres.

Follajes y la obsesión del crujiente silencio verde.
Follajes olorosos. El grito, el grito.
Y mis densos colmillos del placer
Adentrándose en la cintura de femeninas carnes
Procreadoras, pujando entre el dolor
Y una boca partida y sangrando
Bajo el asalto de mis garras.

El camino rojo que reconozco
Una vez más. Maravilla de un olor
y su garganta palpitando ante el hocico
estremecido de novedad. Oh, destino
de jaguares, oh tierra y agua.
Oh, piedra y voz del iletrado. Oh, cueva
Imaginada y hachones encendidos
crepitando desde el atardecer.

Raza de sacerdotes y labriegos.
Raza de mujeres tejedoras y guerreros
Obreros de estuco colorido
Gente del arado de piedra
Gente del arado de madera.

Los veo desde la espesura y mi tranquilidad antigua
que ellos convierten en agitado viento
que mi zarpazo lucha por debatir.
Siento una arena y una red que huyendo
Acumula otras formas
más despiadadas cuanto más ajena
más dolorosas cuanto más verídicas.

Mi paso supo quebrar la maleza
y hubo también gruñidos para llamar
al amor del apareamiento:
la pupila encendida.
Y no era una máscara pintada
Ni hablaba otra presencia:
era la nuestra.

Ágata del mar sobre una cripta
platos de barro negro
alimentos arrancados
tumbas del templo
estuco, ofrendas, inscripciones,
pilares, escaleras y bóvedas.
y un asiento con dos cabezas de jaguar
y una pisada de jaguar, sin huella.

Es un escenario que colma el paladar
De otro sentir
Como si fuera esta inesperada abundancia
Un cebo sin límite
Para la idea de mí mismo
Convertido en máscara
Convertido en ídolo azul
Convertido en blancos colmillos.
Piel donde vence el cuerpo:
pensamiento sin gusto.

Firmeza es la tersura del instinto
patrimonio de lo veloz. Y enfrente, comprobar
estas ceremonias que van cercando de
un laberinto. Gruesas rayas:
rayando la piedra
rayando la piel de la piedra que permanece
muda a mis ojos
en su ininteligible sistema
que más pobre me hace en su caudal.

Un espíritu
Ondea sobre lo corpóreo. Sin embargo
Esta noche inexplicable
Ha traído hasta mi playa el cruel regalo
De un orgullo:
Una fiera de otra condición.
Ojos inmensos, mirada que asciende.

¿De dónde, si no del cielo, llegan los dioses?
Por lo que sus sacerdotes brindan el oloroso
Copal hacia la ruta del cometa y ellos
Como yo
Sabemos que solo el tiempo nos separa.
¿A mí de ellos? Otro cielo fue el de las luciérnagas,
pero hoy nuevos traicioneros adoradores
venidos del polvo, llegan
del barro del cosmos, llegan.

Habiendo sido el amor de la selva en su corteza
esta gente hace que envidie el fuego
que arde en sus manos
el fuego de sus adoratorios de piedra
el fuego de la luz sobre los escalones
y la inextinguible burla de la lengua colgando
entre estas quijadas de la mañana.

Todo es sentido así
Salvo cuando tus palacios duermen
Y el campo y los vallados del cultivo
Facilitan agazaparse en la maleza.

Grandes trompetas de madera
Pequeñas trompetas de barro
Flautas de caña
Flautas de barro
Sonajas en las caderas
En los tobillos
Sonajas de tus pulseras
Cuernos de voz bronca
Caracoles de sonido friccionado.
Una estela donde el sacerdote danza.

Como la primera vez que pisó mi playa
Con toda la solemnidad
Un incomprensible rito
Porque jamás otros oídos volverán
a escuchar este cascabel.

Cuerpo de plumas
Penachos vegetales reposando en tallas
Por donde el viento silba sin apagarse.
El impulso rumbo a una posteridad
Asfixiando la serpiente en la sombra.
Religión y jade quitándome el aura de mis ojos
Para amarrarlo al altar donde alguien es vencido.

Estandarte, colmillos entre cruces
Pavimento de cruces, el recinto de lo sagrado:
El cetro y el arma con que todo se resguarda
Y se reverencia. Grandes cabezas en la piedra
Monumentos esgrafiados surgiendo de la tierra;
Labios gruesos, apretados cascos de cintas
Orejeras crotálicas y un niño llevado en brazos;
Sandalias, collares de cuentas en verde jade y los jeroglíficos
Del trébol y del pájaro y de la huella. Siempre la huella
De este nuevo pie humano.

El jade es blanco nieve
El jade es rojo cinabrio
El jade es amarillo de cera
El jade es grasa de tapir con manchas bermellón
El jade es una brillante espinaca con puntos de oro
El jade esmeralda
El jade esmeralda intensa, limpio y sin vetas.
El jade es negro tinta.
Los ojos del jaguar son mis ojos.

Entonces, aparecieron los gigantes
Jaulas con sus rejas en piedras tubulares.
La jaula del divino jaguar alimentado
Con carne y jade.
¿Podría aparearme con estas doncellas ofrecidas?
Jaula y sangre. Religión subterránea de los elegidos.

Intoxicando el belfo,
Sorbiendo,
¿Habré acaso de transformar mi estirpe?
¿Podré lucir sus cueros y sus diademas?
¿Abatiré al quetzal para lucir su arcoiris?
¿Dispondré la elegancia de mi propia piel
en taparrabos y almohadones?

Salta el jaguar. Busco transformar
El rugido y la seda de un lomo arqueándose
En el agua murmuradora de su caminar
en la algarabía de esta gente que quiebra
la palmera y rompe la nuez del coco y mi nuez salvaje.
Es el precio para que mis ojos descifre
Incisiones. En Uxmal ¿Lanzas y cabezas e mono?
¿Cómo podrá dejar el conocimiento de mis garras?
¿Cómo ser ante diminutos seres
arropados en hijos de lecho y algodón?
¿Teje acaso
el jaguar su nido como el ave?

Nada de todo esto tuvo nunca el jaguar
Y el sol amaneció y las nubes volaron
Y hubo agua en el manantial de
Ototum
Y caza tanto la sombra del zapote, entre el ramaje
Del ahuehuete, detrás del anciano cedro que tronchó
Un rayo
Cuando las voces recién llegadas nombraron
Palenque, Kukulkán, Chinchén Itza.

¿Han llegado juntos? ¿Son acaso distintos?
Las pirámides y las columnas
Los templos y las esquinas
La resina en el hule macizo
El anillo de las hondas grutas
Sobre los angostos callejones rectos
Plataformas y otra vez
Escalones como colinas.
Y otra vez, construcciones con tableros adornados
Y rostros del jaguar y símbolo del jaguar y el águila.

Se repiten las fortificaciones y las techumbres
y los yugos pulidos y ciclópeos.
Así ha surgido esta gente enraizándose
Sobre mis montañas
Talando la caoba insigne
Robando la sangre en la resina del mangle
Para sus ropas y sus hamacas.

Ver para creer. Hablan de venerarme
Mientras me acorralan
Mientras me rodean de bagatelas incomibles
Mientras me arrojan entre objetos impensables
En su ridícula factura humana
Desafiante de la fatalidad. O acaso, ¿sabedores de
Su sino en el sueño que urden sus mallas?

La espuma surge en el sueño
Del comercio y las migraciones de sus pueblos.
Gente atraída por resplandores extranjeros
Vírgenes disolutas de alcoholes encendidas
Juramentos en el atardecer voraz del trópico
En la sed del abrazo.
¿Cómo suponer que este nuevo lecho que me destinan
es un adoratorio de bienhechora traílla?

Cuando el esplendor estos muros estucados
Haya caído de sus crujías
Pese a las invocaciones y sus máscaras amarantas
Cuando este acontecer no sea otra cosa que arqueología
Sobreviviré
Como jaguar,
Como piedra dibujada en el muro.

Una estirpe soñada
Con nariguera de jade y cuchilla de obsidiana.
Un jaguar tallado en su hueso
Hasta perforar su rencor. Anillos de serpentina
Y aros de metal tintineante.
Lágrimas de caracol rosadas
Sobre la piel herida.

Como si hubiera un diminuto campanario
Y esas agrandes aves colándose en la crestería
De aquella torre que vigila el maíz empobrecido
Del llano y aguarda adivinar lo que vendrá.
Imposible ofrendas en el altar
Donde cada sacrificio acerca el convite.
Imposibles adornos de grifos
donde las memoraciones son calendarios vacíos.

Más terrible aún en su espanto inútil
en su arrancada confesión
en su extinguido canto de amor
por sobre la vecindad dormida. Como si jamás
hombre, mujer, jaguar, su hubieran acurrucado
en los pastizales
hombre, mujer, jaguar, hubieran caído de bruces.
Tempestades hirvientes de la tierra.
Rumbos abiertos en marejadas de trueno y lava.

Mi ojos de selva advierten también
la gran lápida esculpida
el sarcófago revestido de de pinturas
el rojo en el guerrero envuelto
en sudario. Y el guerrero muerto con su máscara
sus pulseras de doscientas cuentas de jade,
sus anillos de jade en cada uno de los esqueléticos dedos.
Fulguraciones donde el labio ya no aletea bajo
la carga del rito y la pedrería.
Máscara verdosa.
Máscara de mosaicos de jade.
Máscara con ojos de carey.
Máscara con iris de obsidiana.
Máscara de América con gruesa cuenta de sangre
de jade en la boca.
Máscara única.
Hombre y máscara y jaguar.

Qué lazo mágico, qué serpiente modelada
qué oscuro paredón blanqueado de mito y cal.
Oh, sacerdotes, de la estrella duradera.
Oh, sacerdotes de la flor joven.
Oh, sacerdotisas de la mariposa nueva.
Oh, buscadores de moluscos y sonidos.
¿Quiénes son estos altos señores con voz y mando
por sobre escalinatas encaramadas con rigidez
de sal y calavera riéndose del húmedo encierro?

Por sobre el eco de estos sonidos
por sobre la construcción
por sobre las batallas grandes por sobre la sangre
por sobre la sangre
por sobre las mañanas
por sobre esta materia surgiendo
por sobre la crianza de lo cotidiano
por sobre el fémur y rótulas
por sobre la aceptación y el reclamo
por sobre el pensamiento sin sabor.
Con la columna vertebral en el polvo
ahogada en el silencio y la muerte.
Y el espacio invadido cediendo poco, a poco
su lugar a una vitalidad que viene de antes.
El esfuerzo sobrehumano de lo sin antes
naciendo del olor a podrido en la hojarasca.
Cómo habrá de interceder con el futuro
un jaguar azul cuyo único tótem es el hambre?

Y al verlos herir con habilidad esa pelota
negra y compacta para sortear con su rebote
un pequeño tramo hacia la sangre o la vida
la noche y el día jugados cuando la medicina
y el sudor del triunfo existen. Y al verlos
apegados a la medida y al cómputo, al transcurso
de las lunas y a la averiguación del día más corto
de la regularidad en la variación, del sol en el
mediodía de las cigarras y el brote del tabaco.

Verlos hacer según la altura de la sombra
verlos mordiendo con sus objetos el suelo
verlos acumular los años, los siglos, sus estaciones
aumentando sus cometas su luz hasta extinguirse
y ver los cómputos y los dignatarios simulando
la vestimenta de mi cuerpo y piel.
Poco me sirve a mí
para quien el calendario es otro,
otra la sepultura.

El látigo para los esclavos despeñados en la roca
donde el saber lo ofrece un cenote de agua sacra.
La fatiga de catalogar las estrellas del árbol
del cielo. Estrellas que la vida pierde y
confunde con una oscura cortina detrás
de la que los jaguares espían
relamiéndose, despreocupados del día de mañana.

Ojos de tigre, ojos de miel, ojos de esmeralda
que en la noche despiertan al guerrero
del norte y del sur revolcándose en el cuero
para adquirir la sed con la matanza y la corneta
del triunfo en la firme lanza que troncha cráneos.

Huele y observa desde el aire este humo vespertino
el águila vieja dueña del pico curvo que ignora
la siega y la caricia. Párpados que se aquietan
como si en nosotros
resonaran los tambores del ejército de un sueño,
como si mis ojos de jaguar acecharan
un mañana ajeno, la pesadilla de un invierno real.
Y este sueño ha concluido por acampar entre escudos
de tortugas y
aromas de incendios. Una ceniza y un polvo del
espacio naciendo
cuando la primavera está en mí.
Y como si todo no fuera mucho más
que una gesticulación mágica.

Grutas ahuecadas trémulas de somnolencia.
germinación acurrucada en la ruta del picante
la red colmada de caracoles
la gruesa trenza prieta
la gruesa trenza alba
libros desplegados en cardúmenes admirables
y una corona de cervatillos curioseando
desde lo alto de la montaña.
Un pórtico hacia donde dirigir la mirada.
Un pórtico distante ofreciendo la intangible sombra
de la piedra.

Un anciano en cuclillas sobre la solitaria vereda de la aldea.
Por sobre el peyote y los fumaderos:
la espléndida risa de los papagayos incrédulos.
Y la imprevista ortiga en el sendero del peregrino.
Nuevamente, soñando puñados de estrellas y puñados
de soles, sin saber que el gran juego ha concluido.
Y resulta sencillo entregarme
como si fuera un sueño: ellos y yo.
Y como si todo no fuera más que el gruñido del mar.

Dioses y semidioses: ¿No hay otra gente trabajando en la inmensidad?



Alberto Mario Perrone (1944). Poeta, narrador, ensayista y periodista nacido en la Capital Federal. Se graduó en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA en la carrera de Letras en 1972. Desde mediados de los años 60 integró y publicó en diversas revistas literarias: "Hoy en la cultura" y "Meridiano 70", entre otras. De su libro "Ausente" dijo Mirta Arlt: "Es un texto con momentos de incitante subjetividad e intensidad y docilidad poética, que introduce al lector en ausencias, encuentros, panoramas y experiencias que lo enriquecen, aportándole matices y compatibilidades con una sensibilidad engrandecida". Algunos de sus poemarios: "Aguardiente", "Derrota y despojo", "Ausente".

14.3.07

Ana Emilia Lahitte

LOS CHICOS DE LA CALLE

Oh, niños asesinos, oh salvajes antorchas.
Julio Cortázar


Ragazzi di vita
los llamó Pasolini
con su piedad adversa
desollada.

Y nos los deja así
sin otra identidad que la mugre
y la llaga.

Debajo
del abrigo de su costra de escaras
-cristos breves-
los chicos de la calle
no saben todavía que su sombra atrapada
crece
para la historia de la infamia.

El dolor
nunca es niño.
Y en ellos ni siquiera es dolor.

Es una humillación
de la esperanza.


Ana Emilia Lahitte (1921) Poeta, escritora, ensayista y periodista. Nació en la ciudad de La Plata, provincia de Buenos Aires, donde reside. En su dilatada trayectoria ha merecido importantes premios y distinciones en el campo de la cultura. En el 2001 se la nombró Ciudadana Ilustre de La Plata. Fue directora del Centro de Documentación e Información Pedagógica de la Provincia de Buenos Aires; asimismo se desempeñó como asesora literaria de Radio Universidad Nacional de La Plata. La Fundación Argentina para la Poesía le adjudicó el premio Puma de Oro (1982) por su obra total. Su ensayo sobre el poeta Roberto Themis Speroni y su simultánea publicación de la obra completa de este poeta, llevada a cabo por la Municipalidad de La Plata y el Colegio de Escribanos de la provincia de Buenos Aires en 1982, es un trabajo que pone de relieve y demuestra la capacidad crítica de Ana Emilia Lahitte. "Los abismos" y "El cuerpo" son dos de sus libros de poemas.


5.3.07

Héctor César Izaguirre

POEMA PARA LOS MÍOS

I

Aquí también llegaron,
casi sin llantos, casi sin palabras.
Y aquellos ojos de asombro y espanto,
carcomieron
albas sedientas de colinas, pájaros,
y la fluvial ternura de sauces y de ceibos.

En ignotas tierras, de lluvias y ásperos soles,
tan sólo pastizales, arbustos, tajamares.
Quizá sorprendidas serpientes.
Y un terco sapucay que desensilló sombras y recelos.

Aquí también llegaron,
casi sin llantos, casi sin palabras.
Y en agrestes rincones enquistaron
la temblorosa,
la salobre congoja del destierro.
Desde entonces,
el horizonte acunó extrañas voces.
Y la luz esparcida de la aurora
apaciguó ecos, que aún gemían
con monótono vaivén de oleaje antiguo.
Después,
madrugadas rebeldes.
Caluroso desborde de arroyos y sequías.
Atardecidas penas.
Suave tristeza del Ángelus, estaqueado
por piadosa ilusión de desmemoria.

Cantaban, en silencio,
los tenues villancicos.
Y era tímido el lirio
de las rubias sonrisas.

Entre riachos, huellones y pacientes lloviznas.
Entre la soledad y el miedo. Y estancias,
dueñas del viento y del río y del grito
de arreos y peonadas ariscas,
ellos llegaron, casi sin llantos ni palabras.
Y hubo rezos, y entibiadas plegarias.
y comunión de sueños y de abrazos.

(En qué raigón, abuelo,
en qué sapukay desalentado de auroras,
se aquietó el gemido ceniciento de la Noche,
para que yo,
sangre de otras sangres,
sombra de otras sombras,
aún vibre y estalle
ante ese desamparo, adherido
a estambres muy secretos de la piel.
En qué raigón, abuelo...

Y los vientos y lluvias
astillan grises escamas de Tiempo
y desgastan cortezas de adustos espinillos.
y fueron, hasta ayer,
caliente cimbra de un país remoto
que se pierde en atajos sinuosos del olvido.

Y los vientos y lluvias
desmenuzan tardes, otoñan gestos,
diluyen voces, confunden recuerdos.

Y los vientos y lluvias
huracán la noche sin frontera
y apretujan clamores dispersos en riberas,
sumisos callejones
y el fluir atardecido de las aguas.
En qué raigón, por Dios, en qué raigón, abuelo...?)

Y la tierra fue un día espiga luminosa.
Fugaz cántico de égloga,
ascendiendo
desde el ardoroso aleluya de la sangre.

("Su carga está ahora
en un convoy de carros,
relumbres de guadañas,
desperezos de arado")

Piamonte, Saboya y los cantones
y la Francia del dulce Languedoc.

Brotan nostalgias. Quizá alguna fecha.
Inevitables lápidas: esquirlas de un afán
que aquerenció el dolor y lo hizo siembra.
Pero la aldea, alzada
junto a trigos y encendidas escarchas,
fue también,
agreste paz ardida. Desbordada canción
sin tiempos ni distancias.
Piamonte, Saboya y los cantones,
y la Francia del dulce Languedoc...

Piadosas anécdotas, letanías.
Cartas opacadas por los años,
la muerte, y un oleaje sin retorno.
Piamonte, Saboya y los cantones
y la Francia del dulce Languedoc.

Y el mar. Y la pobre plaza aldeana,
esfumada entre norias,
arados y carruajes.

Y un después,
de ondulados pregones y sumisos trajines.
Piamonte, Saboya y los cantones,
y la Francia del dulce Languedoc.

Y las campanas insisten, y asumen
cotidianos repliegues de bueyes y de brazos
Y la familia, en rezada armonía,
canta, juega y ríe.
Canta, juega y llora.
Y el terso viento de la tardecita,
acuna, otra vez!,
blancas coplas de arraigo y confidencia.Piamonte, Saboya y los cantones,
y la Francia del dulce Languedoc...

Y la sangre de otras sangres. Y la dura sombra
de otras lejanas sombras.
Y aquel ayer de niebla y rocío.
Y los surcos sedientos.
Y las campanas.
Y los hijos.
Y los hijos de aquellos hijos, inaugurando
un clamoroso anhelo de raíces,
Piamonte, Saboya y los cantones,
y la Francia,
la Francia del dulce Languedoc...

II

Eran ellos.
Náufragos en vastedad de tierras
y en calmo zigzagueo
de arroyos y lomadas.

Eran ellos, deambulando
inocencias del alba
y decires de suave desmemoria.

Ellos,
y el fervor de fugaces calendarios
que apresuraban
las hondonadas grises del invierno.

Allí, duros trajines, desamparo,

renovadas plegarias, extendidas
en lindes de la fe,
en lindes de la angustia.

Sí. Eran ellos,
los que afincaron rezos y fatigas
en esta tierra equilibrada por las aguas
y el desierto susurro de lomas en desvelo.

Y allá, a lo lejos,
el mar, sin horizontes ni respuestas.
El mar,
y una estrella fugaz
que despliega arrullos de lunas sonrosadas.

Sí. Eran ellos
y el chirriar desvelado de cigarras,
que amojonaban
la desmesura incierta de los campos.

Ellos y el ronroneo ardoroso del amor.
Y el desolado surco de los sueños,
añeja luz, desnudo campanario,
dura matriz fecunda y desgajada.

Sí. Eran ellos,
los que llegaron casi sin llegar.
Y fueron, después piadosa simiente.
Agostada parcela,
detenida en umbrales
añosos del recuerdo.

Sí, ellos.
Los que acunaron rústicos pesebres,
y cánticos y rondas, que surgían
desde nieblas y brisa envejecida.
Ellos y la noche
y el vértigo azul de las arterias
y las promesas fecundas del arado
y el fervor acriollado de la sangre,
asumiendo
pasiones y naufragios de estas costas.
De estos ciegos remansos y sufridos crepúsculos
que hablan español y, como ayer,
dialogan con la Esfinge.
Ellos.
Y el desamparo de gritos y metrallas cíclicas.
(De aquí. Y de allá.
Como inútil constante.
O loco desvarío de la sangre).

Sí. Eran ellos.
Pero quizá seamos también nosotros,
frágil esquirla, paciente desvelo
que balbucea clamores de tiempo.
Sí. Quizá seamos también nosotros.
Y la Censura Nº 104
y la fatigosa necesidad de creer.
Más allá,
de órdenes, marchas y duros clarines.
Nosotros,
de este, nuestro Sur,
de desmesura, y extraños rituales
que estremecen y sacuden lomadas del viento.
Nosotros, y el clamor de Huiracocha,
Quetzalcóatl, Ñanderú.

Nosotros
y el cansancio dolorido del mítico abuelo
que apretujó en sus venas un errático silbo
de íntimos valles, nieve y rústico francés.
Y un día, en silencio, atravesó la mar
y hasta aquí llegó casi sin llegar.
Y aquí creció en hijos.
En piadosas vigilias.
En pausado fervor de artesanías.
Y en otro vago día, (tal vez sin escándalo),
aquerenció sus huesos
en esta tierra, que él llamó Destino.

Desde ahí, es y será, borroneada lápida,
soleado descanso,
que perdura, más allá de las lágrimas,
más allá del rumor de villancicos en fuga.

Sí. Quizá seamos también nosotros,
que hoy comprendemos que aquel nuestro abuelo,
es río que fluye, sin prisa, cántico
sin fronteras. Tristeza que se afinca
en cordajes del sueño.
Sí. Quizás seamos también nosotros,
en esta clamorosa rinconada sureña,
que rescata
cobrizos y mulatos anhelos de la sangre.
Y desmaleza destierros ajenos
con asumida nostalgia de isleño.
Sí. Quizá seamos también nosotros
que aquí queremos ser
porque nos sentimos querencia, senda
zigzagueante, anudada en horcones
gredosos de la tierra.

Sí, Padre Netzahualcóyotl.
Sí, Profeta Langston Hughes.
Sí, Rubén. ("Es con voz de Biblia
o verso de Walt Whitman).
Sí. César ("Para sólo morir/ tenemos que morir/
a cada instante").
Sí, Pablo. ("Las húmedas caras de arena
Dicen en silencio Túpac/
Y Túpac es una semilla/ (...) dicen en silencio Túpac/
Y Túpac germina en la tierra")

Sí, abuelo. Sí, hermanosYa somos raíz...! Ya somos América...!



Héctor César Izaguirre (1936) es poeta, investigador y docente. Nació en Colón, Entre Ríos, y reside en Concepción del Uruguay. Fue galardonado con el Premio Fray Mocho, máxima distinción para poeta y escritores instituido en su provincia. Participó como jurado en varias oportunidades en concursos y certámenes poéticos. Sus trabajos de investigación se publicaron en revistas universitarias y periódicos. Es co-autor de la "Enciclopedia de Entre Ríos", antología profunda de la literatura provincial. A propósito de su obra ha dicho Juan Meneguín: "Los poemas de Héctor C. Izaguirre no buscan cantar una fácil nostalgia sino recuperar un pasado para legarlo. Encender las nutrientes del suelo para que la savia regrese con más vigor, 'ascendiendo desde el ardoroso aleluya de la sangre', hacia una epifanía de campos labrados hasta el próximo amanecer". Un de sus poemarios: "De otoño y raíces encendidas".


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